NAVIDADES QUE NO SE OLVIDAN

 Por unas u otras razones, hay fiestas navideñas, que te marcan como grabadas a fuego, por más que pase el tiempo.

En los aledaños de las navidades de 1981, recién llegado a Pontevedra, disfruté de una
apacible jornada cinegética, al llegar a casa cuando estaba a punto de dejar el auto en la cochera y cuando ya los perros descansaban en la perrera, escuché una voz familiar, que se me antojó extraña, pronto me di cuenta de que algo no iba bien, desafortunadamente la intuición era acertada.

La niña pequeña, que no había cumplido todavía los dos años, había debutado con un pico de fiebre, que de forma extraña había derivado en estrabismo de ambos ojos.

Me cambié a toda prisa la ropa campera y nos fuimos a toda velocidad al hospital. Un pediatra no nos dio muchas expectativas, pero dedicó bastante tiempo para estudiar el caso. Nos hizo pasar a su despacho y con semblante serio nos dijo:

-Tiene la traza de ser un problema vírico, pero no un virus común, creo que lo que tiene la niña es un síndrome de Guillain Barré, una enfermedad neurológica que produce parálisis progresiva, el problema es que puede producir complicaciones cardíacas o afectar al cerebro. Si paraliza un órgano vital, sería un asunto muy grave.

Tras pasar diecinueve días en la UCI Infantil, en los cuales por dos ocasiones hubo sendas paradas cardíacas, en las que el aparato marcó pulsación plana, gracias a las maniobras de reanimación del personal sanitario, pudo superar ambas crisis.

Pasado un tiempo, la cosa empezó a mejorar, aunque las piernas las tenía paralizadas. Pero la visita de los Reyes Magos hizo revivir la ilusión en los niños, a pesar de estar muy enfermos, comenzó a hablar con normalidad, comenzando los ejercicios de rehabilitación de los miembros inferiores, llegando a caminar de nuevo un mes después. Aunque tardó mucho más en hacerlo sin dificultad.

Lo que si arrastró hasta los ocho años fue que, si por una afección de cualquier tipo si la temperatura corporal se acercaba a los 38 grados, la niña convulsionaba, por lo que había que bajarle con lo que fuese incluso con paños de agua fría la fiebre. Al cumplir los ocho años, tal y como el pediatra había pronosticado, desaparecieron las convulsiones gracias a Dios y a la medicación adecuada.

Hoy mirando atrás en las puertas de una nueva Navidad, no dejo como todos los años, desde el año 1981, de recordar aquellos duros momentos, de las navidades y de agradecer la ayuda de un compañero de trabajo, que en los días en que estuvo hospitalizada la niña, me hizo algún servicio, para que yo pudiera permanecer al lado de ella.

JOSE MOORE

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